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Crítica

Crítica BILLY LYNN (Ang Lee, 2016)

Crítica BILLY LYNN de Ang Lee

Una verdad incómoda

El dramaturgo Juan Mayorga explica que «Hacer del espectador un crítico es el objetivo del teatro, que no debe aspirar a convencer a nadie de nada. En vez de adhesión debe buscar conversación. No tiene que dar respuestas. Su misión es mostrar la complejidad de la pregunta y la fragilidad de cualquier respuesta”.

Lamentablemente en el cine no es así. La inmensa mayoría de las películas se empeñan en darnos una respuesta, a ser posible, bien masticada. Nos conducen casi siempre a un sentimiento muy definido, a un pensamiento determinado, a una moraleja acorde a los tiempos. Nos coartan la libertad de pensar, de decidir moralmente sobre lo narrado.

Tras ver Billy Lynn, es imposible no repasar el cine del taiwanés Ang Lee como un órdago progresivo a esa imposición, con la virtud de hacerlo con notable éxito. Baste recordar su Brokeback Mountain (2005), un desafío al espectador medio al que obligaba a contemplar una historia de amor homosexual bajo los parámetros narrativos del más clásico cine romántico. O La vida de Pi (2012), una fábula religiosa en la que precisamente se nos advertía de la necesidad de edulcorar la realidad para que pudiésemos digerirla, el hurto de lo complejo al espectador y, por tanto, la mutilación de su capacidad de elegir.

Cartel

Crítica

Vista de este modo, parece que toda la trayectoria de Lee converge hasta llegar a este Billy Lynn, un soldado anónimo convertido en héroe por una circunstancia viral, un vídeo grabado fortuitamente durante una misión en Irak donde se enfrenta al enemigo mientras intenta salvar a un compañero. Esta circunstancia hace que Lynn y sus compañeros de pelotón realicen una gira triunfal por su país, una de cuyas jornadas es narrada en la cinta.

Con un dominio absoluto de la narración, movimientos de cámara y tipos de plano, Lee despliega un repertorio de recursos cinematográficos dignos de ser repasados en una universidad, desde las estimables secuencias de acción hasta un simple cambio de eje que alerta del cariz que toma una conversación.

Pero la virtud de Lee no está en su maestría narrativa sino en lo señalado por Mayorga: convertir al espectador en un crítico sin aspirar a convencerle. Para ello, Lee nos embarca en una aventura casi subjetiva, de hecho hay varios planos de este tipo, en la que acompañamos al soldado Lynn en una jornada donde conocerá de primera mano la complejidad del mundo que le ha tocado vivir. Y lo hace con el logro de mostrarnos su grandeza y su miseria, su sensatez y su locura, la desconcertante simultaneidad de la percepción humana sobre lo vivido.

Billy Lynn cuenta con secuencias extraordinarias en su sencillez que convierten al espectador en ese crítico que mencionaba Mayorga. Lee ha hecho su trabajo maravillosamente: mostrarnos la complejidad de la pregunta y la fragilidad de cualquier respuesta. Ahora nos toca elegir. Y eso siempre es incómodo.

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