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Premio

Día 6: Éramos tan felices

Terra de ninguem

Empieza la sesión en la Cineteca con la película de la sección oficial Terra de Ninguém, el escalofriante relato de Paulo de Figueiredo, un mercenario que trabajó como asesino a sueldo para el gobierno portugués en Angola y Mozambique, para la CIA en El Salvador y para el gobierno español en los GAL en España, Francia y Portugal.

La propia coherencia filosófica extrema de la directora Salomé Lamas la lleva a limitar su película a mostrar un busto parlante, sin movimientos de cámara ni planos de recurso con imágenes de archivo sobre el entrevistado o las guerras en las que participó, fotografías ni otros elementos. Ello convierte la obra, si bien muy interesante en su planteamiento, en un poco dura por su forma, aparte de la obvia dureza propia del tema.

Me desplazo hasta el cine Doré para ver en la sección retrospectiva El Desencanto, un clásico del cine español que no me canso de ver y que considero genial por la combinación de humor, poesía, romanticismo y mala uva que desprenden las conversaciones entre los cuatro integrantes de la familia Panero una vez desaparecida la figura del padre, el poeta de la Generación del 36 Leopoldo Panero, muy identificado con el régimen franquista.

La cinta es potente desde su propio planteamiento: empezando por el título. Curiosamente, Michi Panero se contradice al afirmar por un lado que él nunca había estado encantado y, por otro, que cuando murió su padre repetía una y otra vez a todo aquel que quisiera oírle la muy nostálgica frase: “Éramos tan felices”.

A continuación, otro aspecto original: al poco de arrancar Michi Panero se pone a hablar sobre el propio rodaje en un ejercicio metalingüístico poco común. Por último, la mayor sorpresa llega bien avanzada la cinta, pues su auténtico protagonista indiscutible, Leopoldo María Panero, no aparece hasta el último tercio del metraje.

Por si esto fuera poco, se trata de una cinta única en el sentido de que los protagonistas utilizan el propio rodaje para sacar a relucir trapos sucios y desempolvar fantasmas familiares que muchas otras familias no sólo nunca tratarían en público sino que, seguramente, no querrían ni hablar de ellos en privado.


En el debate posterior a la proyección de la película, Jaime Chávarri se revela como casi tan buen conversador como Fernando Trueba el día anterior y cuenta interesantes anécdotas sobre la familia protagonista. Una lástima que no proyectaran junto a la cinta su segunda parte ―la también excepcional Después de Tantos Años (Ricardo Franco, 1994)―, con la que forma un díptico, pues el diálogo entre ambas sería muy interesante, claro que se saldría del marco temporal de esta retrospectiva.

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