Crítica de ‘Techo y comida’ (Juan Miguel del Castillo, 2015)
Las consecuencias individuales de la crisis en una cinta tan precaria como la situación que denuncia

La industria del cine en España tiene en muchas ocasiones más de negocio de lance que de arte y cultura. Etiquetas como “El nuevo cine español” que se difundieron hace un par de años con motivo de la precariedad y valentía con la que algunos cineastas sacaron adelante sus obras en plena crisis, han resultado ser poco menos que el cartoncillo en forma de explosión con la palabra “Oferta” en los mercados junto a los pantis que un movimiento real que buscase un nuevo paradigma cinematográfico.
Mientras que el cine norteamericano, como corresponde a una sociedad liberal, ha digerido la crisis con alguna película relevante sobre cómo se produjo y los errores que llevaron a ello (Margin Call – J.C. Chandor, 2011-; Inside Job, –Charles Ferguson, 2010-), el cine español, más socialdemócrata, ha dado lugar a cintas donde los ciudadanos que han sufrido las consecuencias son los protagonistas.
Con cierto retraso, fruto también de los tiempos de producción y la dificultad de financiación de nuestro cine, llega a las pantallas Techo y comida dirigida por Juan Miguel del Castillo. La especial situación política por la que pasa España en este 2015, con varias elecciones celebradas y unas de caracter nacional a un par de semanas del estreno de la película, es muy posible que hayan hecho comercialmente viable su estreno. Una oportunidad que sus distribuidores, con buen criterio, no han dejado escapar, ya que los temas de los que trata volverán a estar en boca de todos en estos días.
Póster de ‘Techo y comida’
Crítica de ‘Techo y comida’
Lamentablemente, más allá de esa oportunidad comercial y del esfuerzo de sus creadores para sacarla adelante, en Techo y comida no hay ninguna otra circunstancia reseñable que haga méritos para su recuerdo tras su visionado.
Con tanta precariedad de medios como de ideas, la película de Del Castillo relata el vía crucis de una madre soltera en situación de paro muy prolongado que ilustra la angustia de cientos de personas para salir adelante cuando las oportunidades vitales y profesionales han desaparecido por completo de su entorno.
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Lejos de realizar un análisis social, económico o político de las causas de esa situación personificada en el caso de Rocío, la cinta se limita a mostrar el callejón de una ciudadana acorralada por las carencias que se ve obligada a llegar al límite de recurrir a la caridad vecinal y social para salir adelante. Excepto la enorme dignidad que demuestra el personaje encarnado con mérito por Natalia de Molina, se echa de menos en el guión la ausencia de otras virtudes en una mujer joven, fuerte y de caracter conciliador que le ayuden a buscar alternativas a su situación y que hubieran enriquecido el personaje y el mensaje.