Película
Crítica de ‘Grandes familias’ (Jean-Paul Rappeneau, 2015)
Vertiginoso y sofisticado vodevil que revindica la vitalidad de su director a los 84 años pero que trmina por penalizar su esencia cómica y emotiva en las principales escenas.

Especulación cinematográfica
Jean-Paul Rappeneau es uno de los cineastas franceses más reconocidos. Guionista en sus inicios con Louis Malle (Zazie en el metro) alcanzó una gran notoriedad mundial con la adaptación del clásico teatral Cyrano de Bergerac (1990), una inolvidable película, la más cara del cine francés en ese momento, que daba categoría definitiva al enorme actor Gerard Depardieu.
Aunque Rappeneau no ha sido muy prolífico ni como guionista ni como director, ha conseguido que sus películas siempre tengan cierto halo de acontecimiento por su fama como cineasta y por su evidente capacidad de atraer a los mejores actores franceses de cada momento.
Cartel de ‘Grandes familias’ con Marine Vacth y Mathieu Amalric
Ahora, superados los 84 años y habiendo pasado más de 12 desde su último estreno, llega a las pantallas Grandes familias, un argumento y guión original del propio realizador (con colaboradores) y que de nuevo reúne a primeras figuras del cine francés, como la jovencísima Marine Vacth y el consagrado y prolífico Mathieu Amalric.
Fotos de ‘Grandes familias’ con Marine Vacth y Mathieu Amalric
Crítica de ‘Grandes familias’ escrita por Jean-Paul Rappeneau
Como si se tratase de una reivindicación propia de un adolescente sobre sus capacidades, desde la primeras secuencias de Grandes familias sorprende el altísimo ritmo que el realizador imprime a la narración. Incluso en meras escenas de presentación (la escena inicial sin diálogo en el avión) o de presentación de personajes y conflictos (el diálogo fuera de los coches entre protagonista y promotor inmobiliario), Rappeneau evita resolver en un sólo plano y utiliza varios cortes por montaje, diálogos vertiginosos y elementos ajenos a la trama para meter a sus personajes en una suerte de frenesí que termina por perjudicar a la cinta.
Si bien es cierto que Grandes familias es un sofisticado vodevil sobre la herencia y especulación inmobiliaria con la majestuosa casa de un médico entre las mujeres que convivieron con él, la falta de gradación en el ritmo a lo largo de la trama penaliza el resultado final. Cuando la narración alcanza sus clímax conforme se van desentrelazando las relaciones y afectos entre los personajes, el espectador llega agotado por la hipertrofia de las secuencias precedentes, de modo que el artefacto cómico y emocional no termina de ser eficaz en los momentos cruciales.
El esfuerzo de producción con múltiples localizaciones y planos así como el buen trabajo de los actores queda distraído por este ejercicio reivindicativo de vitalidad que parece haber firmado Rappeneau. Al contrario de lo que ha sucedido en otras producciones suyas, donde el gran aparato de producción no le impedía penetrar en los sentimientos de sus protagonistas o retratar cierto perfil de una época con agudeza, Grandes familias se salda como un ejercicio virtuoso de guión y realización, pero sin espíritu ni encanto. La especulación de un cineasta sobre su propio estilo que termina por diluirlo, como se diluye la denuncia de la especulación inmobiliaria que sostiene el guión.
Queda, para el espectador más avezado, la posibilidad de recrearse en un guión sólidamente construido, en el indiscutible ojo de Rappeneau para poner la cámara en el lugar adecuado y en la belleza de Vacth, los recursos de interpretación de Amalric y la siempre estimulante presencia de Gilles Lellouche.
Tráiler de ‘Grandes familias’ dirigida por Jean-Paul Rappeneau
https://youtu.be/5UWU3h-W_dk
